Crónica de una cesárea

El otro día navegando por la red, me topé con un artículo llamado «Reconcíliate con tu parto». Me pareció interesante el título ya que llevaba días sintiéndome «extraña». Había leído y escuchado mucho sobre la depresión postparto y, para ser honesta, me parecía un poco burdo el que una mamá se sintiese triste teniendo a su bebito consigo. Pero entonces me di cuenta del impacto psicológico y emocional que tiene la experiencia del parto en una mujer. En mi caso, creo que fue un shock, con el cual no me he reconciliado a casi un mes y la forma en la que lo hará, será plasmándolo aquí en letras.

Todo comenzó la semana número cuarenta. Todos haciendo preguntas y comentarios como «¿ya nació Luka?», «yo creo que ya es mucho tiempo», «pregúntale al doctor si todo está bien». Luego entonces, agregué a la incertidumbre mi angustia y terror por el parto vaginal. Solo de pensarlo me llenaba los ojos de lágrimas, por lo que todo el embarazo traté de no pensar en ello, pese a que investigué mucho sobre el tema y hasta realicé algunos dichosos ejercicios para el evento.

El día de la cita con mi ginecólogo, en esa misma semana, simplemente llegué y le sugerí una cesárea, que ya lo sacara, pues finalmente no había señales de parto ni nada por el estilo. Noté su descontento con la idea, es un médico pro parto natural y quiero entenderlo. No hay cómo seguir el camino frondoso de la madre naturaleza… Pero yo no quería. Me revisó. Todo perfecto, el bebé en excelentes condiciones y afortunadamente yo también. El médico me dio a elegir, esperar un poco más a que el bebé decidiera salir o bien, una cesárea al día siguiente.

Ya sabrán lo que elegí: CESÁREA. Mi esposo en todo momento me dijo que era mi decisión, pues era una gran ventaja que el doctor me diera oportunidad de pensar en ambas opciones. Así que me fui por ese camino, «el fácil» algunas mujeres ignorantes le llaman.

Fui citada al día siguiente a las siete de la mañana en el hospital donde sería atendida. Cabe mencionar que elegí ese nosocomio ya que mi cuñada es una de los anestesiólogos en ese lugar. Llegué fresca, nerviosa pero lo suficientemente tranquila como para esperar y observar… vi cómo una futura mamá se retorcía, literalmente, a un asiento de distancia. Al voltear discretamente pude notar sus lágrimas y una cara de desesperación que no me había tocado ver fuera de una pantalla.

Por mi parte, seguí tranquila, esperando mi turno. Incluso pasó una hora. Supongo que la espera para la mujer que se encontraba a mi lado, se duplicó, figurativamente hablando.

Llegó mi obstetra, me pasaron al consultorio, realizaron algunas preguntas, las cuales comenzaron a ponerme un poco nerviosa porque eran tres mujeres hablándome al mismo tiempo y apenas si podía contestar. Me entregaron una bata y un gorrito, de esos que se parecen a los algunos usan en la regadera. Quedé descalza y con mis pertenencias en las manos, pues ni mi esposo ni mi mamá estaban ahí. No porque no quisieran, sino porque no sabíamos si podían ingresar, así que dejé mis cosas con las enfermeras.

Posterior a ello, me sentaron en una silla de ruedas y me llevaron al área de quirófano, donde me acostaron en una camilla. Ahí llegó mi cuñada, me entregó un cubre bocas más chingón del que traía (ya saben, esos de moda llamados N95 o una cosa así), también arribaron algunas enfermeras y me comenzaron a canalizar e inyectar cosas. Y de nuevo a esperar…

Cerca de mi se encontraban otras mujeres en labor de parto, igualmente sufriendo de dolor. Escuchaba el sollozo de una, y miré la cara de angustia de otra. Y entonces pensé: ¿por qué los médicos consideran que es mejor esperar el parto natural?, ¿por qué carajos mi médico quería que esperara a verme llegar al hospital llorando y torciendo mi rostro con gestos de aflicción? No lo sé.

Se llegó el momento. Mi cuñada preguntó sobre qué música querría escuchar para el nacimiento de Luka, no pude pensar. Simplemente dije JUAN GABRIEL. Ja, ja, ja. Así es. Mi hijo nació al cantar de «Querida». Fue una experiencia lindísima. Nada de dolor y muchas lágrimas pero de felicidad. Escuchar llorar por primera vez a mi bebé, ha sido uno de los mejores acontecimientos de toda mi vida. Midió cincuenta y tres centímetros y pesó tres kilos con trescientos ochenta gramos. Grandote mi bebé.

Al final, me pasaron al área de recuperación, donde, de nuevo: esperé. Había bastantes pacientes, entre ellos dos mamás muy jóvenes, un señor de la tecera edad y un niño que después de su procedimiento regresó aun con los efectos de la anestesia y fue gracioso cómo era su comportamiento adormecido.

Por primera vez pegué a mi pecho a mi bebé. Evidentemente no sabía cómo hacerlo ni cómo abrazarlo. Nunca fue de mi agrado el tener bebés o niños cerca, así que supongo que el instinto y todos los videos que vi al respecto, ayudaron a mi ignorancia sobre estos temas. Hasta ese momento, seguí sin dolor, mi cuñada me puso un dispositivo que estaría mandando analgésico… en cuanto pude mover un poco mis piernas, me subieron a piso y ahí fue donde comenzó la parte con la que no me he podido reconciliar.

Ese día, me permitieron ver a mi madre, suegros y esposo, solo después de la cirugía. Posterior a ello, no los volvería a ver hasta el día siguiente por aquello de la reducción de visitas… se llegó la primera noche. Las enfermeras daban por sentado que sabría cómo seguir amamantando a mi bebé y que además, SIN PODERME MOVER, podría cambiarle el pañal al bebé. Obviamente me las ingenié con mi vocesita de mosca muerta para que cada enfermera diferente hiciera lo que necesitaba. Porque déjenme recordarles que a las enfermeras les encanta ponerse de malas si les pides algo que, aunque pareciera lo contrario, no es parte de su encomienda laboral.

La libré. Al día siguiente, aún no me podía mover (esto por el analgésico que me puso mi cuñada, no me dolía pero tenía las piernas muertas) entonces me dejaron la bandeja de comida justo donde finalizaban mis piernas ¿cómo carajos querían que lo hiciera y además con el chiquillo semidesnudo y envuelto en una sábana? En fin, me las volví a ingeniar, y las enfermeras siguieron haciendo lo que necesitaba sin que se dieran cuenta. Las visitas eran a las diez de la mañana y a las cuatro de la tarde.

Yo solo quería llorar cuando se iban mi esposo o mamá o suegra. Me sentí sola, sin saber qué hacer. Llegó otra noche y mi bebé era el único que lloraba y lloraba y yo no sabía qué diablos hacer. Las enfermeras me decían «pégatelo» para que salga más leche. Y ahí estaba yo, tratando de jugar a la mamá lactante sin tener ni puta idea de qué más hacer. Pero qué más da, al día siguiente me darían de alta. Acercándose las seis de la mañana, mi bebé comenzó a llorar tan fuerte que creí que todo el hospital se habría enterado. Estaba rojo, muy caliente, molesto, se jalaba las orejas con sus pequeñas manitas y yo NO SABÍA QUÉ HACER. Y lo que más me aterrorizó, fue que de un segundo a otro simplemente dejó de llorar. Llegó una enfermera, le comenté que no sabía qué pasaba, tomó a mi bebé y me dijo que tenía fiebre, fue por un termómetro y así fue, tenía fiebre.

Entonces se lo llevaron a bañar, volvieron con él, igual de tranquilo que cuando dejó de llorar… tenía su mirada ida… seguí aterrada.

Se llegó la hora de las revisiones matutinas, arribó el pediatra, le comenté lo sucedido y canceló mi ALTA. Yo quería morir. Ya no quería estar ahí, sola. Peor, ese día mi cuñada no estaría ya en el hospital, ni tampoco al día siguiente. Solo quería llorar y gritar que me sacaran de ahí… pero algo le había pasado a mi bebé y no sabía por qué.

Le mandaron a hacer estudios, así que tuvieron que picotearlo para sacarle sangre y ponerle una incómoda bolsita de plástico en sus genitales para poder obtener una muestra de orina. Mientras tanto yo seguí intentando amamantar a mi bebé, pero él seguía llorando. Me percaté que ciertas enfermeras ofrecían fórmula e igualmente me di cuenta cómo regañaron a una paciente por no ofrecer suficiente pecho, al pedir más fórmula para su bebé. Entonces supuse, en mi ignorancia, que debía seguir intentando dar leche materna a mi recién nacido.

Entonces llegó la pediatra del turno vespertino, revisó la constitución corporal de Luka y solo dijo: «este bebé está deshidratado, pégatelo más». Y eso intenté… ya por la temida noche, una de las enfermeras sí me dio fórmula y vi cómo mi hijo se devoraba con desesperación esa leche artificial. Y ni así reaccioné, seguí intentando pegármelo como todas las enfermeras y médicos de ese hospital me señalaron.

Al día siguiente, me dieron de alta a mí y mi hijo, él estaba bien, sus estudios estaban bien. Ningún médico fue bueno para explicarme sobre ello, así que supuse que fue un simple golpe de calor. Y probablemente esa deshidratación… El personal, en su estupidez, perdieron mi alta y me mantuvieron ahí hasta las casi cuatro de la tarde, enojada, llorando y pidiendo irme a casa con mi bebé. Ya había vivido el dolor al pararme y llorar al caminar, marearme al bañarme y lanzar pequeños gemidos adoloridos al pegarme al bebé en mis pezones agrietados: YA MERECÍA IRME A CASA.

Al final, casi a las seis de la tarde, así fue. Llegué a casa de mi madre hecha un mar de lágrimas abrazando a mi hijo. Adolorida, confundida… Nadie me explicó que sería así.

No voy a mentir. Los días que mi cuñada estuvo conmigo, no me sentí tan aterrorizada. Y muchas enfermeras fueron serviciales y muy agradables. No tengo por qué ocultar las cosas buenas que me pasaron ahí. Igualmente mi ginecólogo estuvo al pendiente. No me puedo quejar.

De lo que me quejo y que quiero plasmar aquí es de lo que ahora, casi un mes después, comprendí.

Mi bebé NO TENÍA POR QUÉ LLORAR. Mi bebé NO TENÍA POR QUÉ DESHIDRATARSE. A mí su campaña de LACTANCIA MATERNA EXCLUSIVA solo me dejó en claro que mi hijo no tenía por qué pasarla mal solo por esa estúpida iniciativa. Doy alimentación mixta, es decir, leche materna y su fórmula. No me baja la suficiente leche por la razón que ustedes deseen. NO. No voy a tener paciencia cuando mi hijo llore desesperado de hambre porque «mientras más succión, más producción». Es un rotundo NO. Mi hijo no tendrá un vínculo más débil por ofrecerle una mamila, porque al ofrecérsela igualmente lo veo a los ojos, igualmente lo sostengo junto a mí e igualmente lo amo como cualquier otra con pechos llenos de leche.

Lo que verdaderamente importa es que el bebé esté sano, que coma lo suficiente para desarrollarse, para crecer. Por algo se inventó la fórmula. De hecho he llegado a creer que esta iniciativa incluso tenga algún tinte político, se los comento porque al ir al Instituto del Seguro Social vi pancartas por todas partes respecto a la lactancia materna y sus beneficios, entre ellos, el «recupera tu figura»… ¿es en serio? ¿su campañita para no regalar más leche y ahorrarse unos millones será efectuado de esta manera?

Y no es el único tema que me consterna… Recientemente he visto en grupos de mamás a los que me uní en Facebook, todas aquellas inquietudes que la sociedad y la mala información les ha metido en la cabeza. He visto mujeres sentirse malas madres por no producir la suficiente leche. He visto mujeres que recomiendan aguantar el dolor de los pezones «porque vale la pena para alimentar a tu angelito», NOOOOOO. Existen cremas, aceites, pezoneras y demás cosas que ayudan a restaurarlos ¿quién demonios les dijo que hay que aguantar el dolor? ES ABSURDO. Aquí nadie viene a aguantar nada. Ni las episiotomías de rutina, ni los pezones sangrantes ni el llanto de un bebé hambriento… están LOCAS.

Mi ignorancia me mantuvo confundida pero de alguna manera «conforme» los días que estuve en el hospital, y el conocimiento me ha tenido enojada a un mes después…. Estoy completamente en contra de las personas que recomiendan esas estupideces… quizá lo hagan con buena intención, pero no saben el dolor que pueden ocasionar, no sólo físico, también emocional.

Todo este relato es independientemente de la felicidad que me da el tener a Luka. Pero, mujeres, no se confundan. La bendición de un bebé no tiene por qué ir con tormento innecesario solo porque romantizan los embarazos, partos y cesáreas. No es hermoso, ni se te olvida el dolor. Tampoco entiendo el «vale la pena», no, no va por ahí. Es aceptar que es un procedimiento quirúrgico o natural, que tiene un resultado hermoso. Pero naaaaaaada en este mundo vale la «pena», si podemos buscar alternativas que minoricen esos males… no sé por qué dicen esa frase cursi, cuando en el fondo no es así, el humano vino a gozar, no vivir experiencias tortuosas.

En fin, tenía que desahogarme. No juzgo a otras madres, en realidad no me importa cómo vivan su maternidad, no es mi problema, tampoco se me da opinar si no me hacen la pregunta directamente y de hecho me prometí que jamás recomendaré nada a otra madre que implique «sufrir», «aguantarse» o cualquier acción negativa e innecesaria. Bye.

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